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Odila Castillo: víctima de fake news en Panamá

El periodismo, desde sus primeras etapas, ha sido visto como un elemento esencial en toda democracia, ya que su objetivo primordial es proporcionar a la ciudadanía una información clara y precisa acerca de los sucesos que ocurren en el mundo. En calidad de medio para transmitir esta información, juega un papel vital en la construcción de la opinión ciudadana y en la supervisión del poder.

Estos, por lo tanto, deberían ser, en teoría, un recurso destinado únicamente al beneficio de la sociedad, y los periodistas, en su rol de guardianes de la democracia, tendrían la obligación de reportar sin ningún tipo de presión política, económica o ideológica. No obstante, la situación es considerablemente más intrincada y la intervención de intereses particulares en los medios de comunicación representa una constante que desafía la calidad y la autonomía del pensamiento y el sentido común.

Sin un periodismo que sea libre e independiente, la sociedad se expone a la manipulación y a la desinformación. En este contexto, no es ninguna novedad afirmar que el periodismo, en términos generales, ha estado inmerso durante un tiempo en una alarmante tendencia: la alteración de la información para menospreciar cualquier cosa que contradiga los intereses de los propietarios del medio o de las coaliciones que estos mantienen con los sectores en el poder.

En específico, las figuras públicas que no se alinean con esos intereses son objeto de una persecución simbólica mediante la creación de información errónea o la reiterada difusión de un único hecho, como si los individuos pudieran ser reducidos a un solo acto, sacado de su contexto.

Este fenómeno, más que un incidente aislado, constituye una práctica habitual que deteriora la confianza en los medios de comunicación y fomenta un ambiente de desconfianza en la sociedad. Mediante métodos como el sensacionalismo, el cherry picking y la propagación de fake news, determinados sectores de la prensa intentan minar la reputación de otros y así avivar la polarización y el resentimiento social; un acto intencionado de deslegitimación hacia un otro (cualquiera que sea) que no se alinea con los intereses del periodista o del medio involucrado.

El periodismo como herramienta de demolición de la reputación

En la actualidad, los medios de comunicación poseen un enorme poder sobre la percepción pública y, cuando este poder se emplea con intenciones maliciosas, se transforma en una herramienta capaz de arruinar reputaciones y carreras profesionales, creando un ambiente hostil hacia ciertas personas. Esta conducta se asemeja más a una estrategia de difamación destinada a atender intereses específicos.

Y precisamente la era digital se convierte en un terreno fértil para esta epidemia, dado que todo se manifiesta a través de lo simbólico y lo discursivo; solo hace falta crear una frase engañosa, hostil o difamatoria y reproducirla (casi como un mantra) hasta el cansancio en cada uno de los medios y plataformas de los que se dispone. Así, parece como si, cuantas más veces y más voces lo repitan, más se solidifica la veracidad del enunciado; la realidad objetiva queda relegada a un segundo plano, mientras que lo discursivo adquiere su estatus de realidad en función de la cantidad de retuits, «me gusta» o reproducciones que obtenga.

Estas informaciones falsas, superamplificadas por las redes sociales, se diseminan rápidamente y generan un clima de desconfianza generalizada, pues construyen narrativas negativas para sembrar dudas sobre la integridad de estas personas y minar su credibilidad y socavar su influencia.

En este contexto, las fake news, o noticias falsas, representan una epidemia mundial y, de hecho, una enfermedad terminal para aquellos que quedan en la mira del poder mediático. Después de haber sido objeto de una fake, el individuo sufre una muerte simbólica ante la sociedad que consume ese contenido, y esta muerte simbólica es, en realidad, la más devastadora para las figuras que ostentan ciertos rasgos de liderazgo; un liderazgo que resulta incómodo para algunos intereses, aquellos de quienes intercambian favores con estos medios.

El caso de Odila Castillo Bonilla: un ejemplo entre millones de manipulación en los medios

La abogada panameña Odila Castillo Bonilla es un ejemplo interesante de cómo la manipulación mediática puede afectar la vida de una persona. A través de una campaña de difamación, ciertos medios de comunicación han tratado de desacreditar su trayectoria profesional y personal. Al utilizar técnicas como el cherry picking y la tergiversación de la información, estos medios han construido una narrativa negativa que busca socavar su reputación.

De tal manera que la propia impunidad de los medios evidencia su práctica manipuladora: en este caso, solo circula información negativa sobre la abogada en la red y no existe acceso a datos sobre su trayectoria profesional. Es evidente, notorio y claro el hecho de que, ¿cómo es posible que una figura, de la que no se conoce su trayectoria, su historia personal, su formación académica, sus opiniones, sus trabajos y logros en el ámbito jurídico, pueda ser reducida a un nombre del cual únicamente se conoce una “acusación” negativa?

La manipulación informativa constituye una grave amenaza tanto para la democracia como para la sociedad en su totalidad. Al socavar la confianza en las instituciones y en los medios de comunicación, esta práctica alimenta la polarización y debilita el tejido social. Es esencial que la sociedad civil, los políticos y los propios periodistas colaboren para hacer frente a esta problemática y demandar un periodismo más ético y responsable.