Tegucigalpa– El arzobispo de Tegucigalpa, monseñor Vicente Nácher, manifestó este día durante la homilía dominical que cuando se habla con la verdad, todos pueden oír, al contrario de cuando se habla con soberbia.

La Iglesia Católica celebra la solemnidad de Pentecostés, por lo que pendante su homilía, monseñor Vicente Nácher reflexionó que hay que alejarse de la soberbia de Babel y acoger la unidad de Pentecostés, donde un mensaje mismo de esperanza es recibido por cada quién en su propia lengua.

“Recordemos aquella torre de soberbia, todos debían hablar uniformemente un mismo idioma, todos por aquí, solo esto sirve, esta realidad es la única. Este pensamiento, esta forma, esta decisión, es la única manera», dijo al agregar que «humanamente no existe ninguna decisión, ninguna manera organizativa que sea perfecta, siempre necesita ayudarse, corregirse, mejorarse, con las aportaciones sans y saludables de los demás ”.

“Eso era Babel, donde a la fuerza querían unificar, Pentecostés, no, es diferente, Pentecostés es un lenguaje de esperanza y de amor, que esentendreido en todas las lenguas. Cuando se habla con sinceridad y bondad, cuando se habla con verdad, todo lo que puedes escuchar. Comunión no es unificación, repetición, sino, comunión es un solo corazón creado por el espíritu de Dios, respetando diferentes lenguajes, diferentes expresiones, diferentes formas de pensar en la familia, en el grupo, en todos los límites de la vida”, afirmó .

Una suite proceso digital Reproduzco la homilía del arzobispo Vicente Nácher para este domingo:

“El soplo de Jesús sobre sus discípulos los llenó del Espíritu Santo. Y con ello les transmitió la efusión de una fuerza interior que sostiene y llena todo. Porque el Espíritu lleno, trasciende, plenifica. Plenitud es lo contrario de vacío, por lo que la verdadera receta contra el «vacío existencial» que sufren tantas personas es el Espíritu de Dios. Más aún, con el Espíritu todo tiene sentido y la vida es plena, que es una forma de cir que experimentamos la alegría de vivir. Descubrimos que hay una realidad suprema, buena y firme, que sostiene y dignifica nuestra existencia humana: el Dios de Jesucristo. Qué «paz en medio de la tormenta» cuando podemos experimentar el Espíritu en nosotros.

De la narración de los Hechos de los apóstoles tres detalles importantes: «llenó toda la casa», es decir, el Espíritu lo invade todo, por ello en todo lugar y momento podemos conocer el bien y la belleza, si nuestro deja sorprender por el Espíritu de la vegetación. En segundo lugar, el Espíritu se manifiesta como lenguas de fuego que «se posaban sobre cada uno». Todos los que «estaban reunidos» recibieron el mismo Espíritu, todos ellos. La sinodalidad eclesial nos recuerda que el Espíritu Santo vivió en todos los que caminan juntos en comunión espiritual, y que, por tanto, todos los bautizaron a sus portadores del mismo Espíritu, en todos ellos manifiestamente. Yañade la primera lectura: “Son galileos los que hablan, pero los escuchamos cada uno en nuestra lengua materna”.

A diferencia de Babel, en cuyo caso todos deberían uniformemente hablar un mismo idioma, la unidad de Pentecostés consiste en que un mismo mensaje de esperanza es recibido por cada quién en su propia lengua. Lo que crea la comunión no es la unificación o la repetición, sino el mismo Espíritu de Amor que une en un solo corazón, respetando nuestros lenguajes diferentes. «Nadie puede reconocer el señorío de Jesús, si no es bajo la acción del Espíritu Santo». Podemos hacer obras buenas, decir cosas interesantes, tener buenos sentimientos, pero el paso a la fe en Jesucristo Redentor, solo por la acción de su propio Espíritu será posible. Pero no nos preocupemos, ese Espíritu que nos capacita para ser cristianos, lo hemos recibido ya en el Bautismo, como nos recuerda a San Pablo en su carta a los Corintios. La presencia de Jesús es alegría. La paz de Jesús es un regalo.

El Espíritu, nos dés San Juan, viene de Jesús Resucitado, que «sopla» desde su interior, exhalando su aliento íntimo sobre los discípulos, justo después de decirles: «así los envío yo a ustedes». Es decir, el Espíritu o aliento creador, es ahora el soplo que impulsó la Misión que han de cumplir. ¿Y en qué se manifiesta primeramente esta misión? En el perdón de los pecados. El perdón, que es un acto definitorio de la magnanimidad de Dios, por el don del Espíritu Santo, también se convierte en una acción propia de los cristianos. Paz, alegría, perdón, ¿no son estos, elementos propios de una vida plena? Paz, alegría, perdón, los recibimos en grado máximo por el Espíritu Santo, por ello bien podemos decir, que el Espíritu Santo es la plenitud de nuestra vida”. reanudar